Acerco la taza de café a la comisura de mis labios. Vierto su contenido en mi boca. Saboreo su olor y textura. Cierro los ojos y entonces. Es entonces cuando apareces tú. Dibujo círculos con el dedo alrededor de la taza, apoyada sobre la mesa ya. Inquieto y curioso mi cuerpo se tambalea hacia delante. Mis pensamientos se preguntan quién eres y qué haces por aquí. Pareces forastero. También me pregunto dónde escondes toda esa energía y vitalidad. Cuántas preguntas y cuánta curiosidad retenida ya. Es que menuda sonrisa. Sonríes a años luz. No sé que le preguntas a la camarera, ¡ojala pudiera saberlo! pero parece que te ha convencido de quedarte por aquí. Y no sé porqué de la barra te diriges a tomar asiento a la mesa ubicada enfrente de . ¡Con tantas mesas libres! Y te pides una copa. Cuando es servida sobre tu mesa, tu mirada se posa en la mía. Bebes un sorbo, vuelves a comprobar si he desviado la mirada, y al confirmar tus dudas, vas y te ruborizas.

 

No te engañes.

El alcohol no va a apagar el fuego de tus mejillas.

No te engañes.

El alcohol no va a borrar aquella sonrisa tímida que ni puedes reprimir cuando apartas tu mirada de la mía.

No te engañes.

El alcohol y la alianza no van a ocultar tus mentiras.

No te engañes.

Sobre todo no te engañes.

Y perdona por descolocar tu mundo.

Así de repente.

Tu mundo de agonía perfecta.

No puedo evitar contemplarte.

Y no voy a decir lo siento.

No por esto.

Invocas en mí el placer de soñar despierto.

¿No te das cuenta que somos diferentes a los demás?

Joder.

Deja de fingir.

Y perdona, perdona por no querer dirigirte la palabra.

Al fin y al cabo es lo que me gusta de las relaciones.

No intervenir. No intermediar.

¿Acaso te van a llamar maricón de mierda por mirarme?

¿Acaso a mí?  

 

Me gusta tu pelo. Es rubio. Pareces de Europa del norte. Es más. Lo eres, seguro. Me parece que me lees los pensamientos a través de mis ojos porque me sonríes. Estás de postal. Y me llenas el alma y tengo ganas de reír sin aparente razón. No sé por qué no puedo avergonzarme ni lo más mínimo de no querer apartar mi atención plena en ti. Cuánta belleza hay en el mundo. Joder. Me gusta cómo te ruborizas entre nuestros silencios compartidos como de un clímax se tratase. Hay tanta paz. Tanto que contemplar y compartir. Pareces dispuesto a hablarme. Te sudan las manos. Miras hacia los lados. Y me pregunto, si vas a tomar el primer paso y el comienzo de nuestras vidas. Mi corazón canta. Y mi alma se agita. De repente, alguien te llama al móvil. Te pones nervioso y bebes rápido tu copa. Ves el reloj. Dejas el dinero encima de la cuenta sin importarte el cambio. Recoges tu maletín apresuradamente y cuando vas a abrir la puerta para irte y no volver jamás, vas y te despides girándote con esa cara de querer detener el mundo y quedarte aquí conmigo. Mirándonos hasta comernos las entrañas y descifrar los secretos del mundo juntos. Pero es entonces, cuando cruzas esa puerta y continúas tu vida.

Tu dulce mentira.

Sin mis miradas.

Sin nuestro silencio.

Sin nuestro deseo.

Sin nuestra única oportunidad de conocernos y ver si ser feliz no es tan solo una ilusión marcada por nuestra puta sociedad. Acerco la taza de café a la comisura de mis labios. Vierto su contenido en mi boca.

Está sin sustancia.

Sin textura.

 

El café está frío.

 

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