Suena la alarma. Lunes. Otro día más sobre la agenda. Ansiedad por un nuevo día tortuoso y aburrido. Dejo caer mi cabeza sobre la almohada. Suena la alarma de nuevo. Me incorporo. El cuerpo de mi marido, marchitado por el paso del tiempo, ya no yace sobre las sábanas ni a mi lado. Escucho el agua caer sobre la ducha. Debo prepararle el desayuno antes de que salga del baño. Debo, pero no quiero. Me incorporo y observo el reflejo de mi cuerpo desnudo sobre el espejo colocado en la pared del cuarto matrimonial. Un regalo de mis suegros cuando nos casamos. “Emma, este espejo es de tradición familiar, tiene un largo legado.” Admiro las afiladas curvas que adentran mis caderas. Todavía soy atractiva. Y tanto. Me asombro al ver mi cara. Recorro suavemente el camino que dibujo con la yema de mis dedos sobre mis rectangulares facciones, sobre mis labios y mejillas, e inmediatamente reparo en mis ojos. Nunca los había tenido tan grandes, tan negros ni tan profundos. Empecé a recorrer con mis manos el resto de mi cuerpo, acariciándome los senos con suma delicadeza y éxtasis, reparando en cada sutil roce con el que se deleitaban mis sentidos. Cierro los ojos por un instante. Con la otra mano me adentro en mi clítoris. Mágica es la naturaleza de la mujer. Gimoteo y vuelvo a observar mis ojos. Nunca los había tenido tan grandes, tan negros ni tan profundos. Me repito hacia mis adentros: “¡Tengo un amante! ¡Un amante! Y me corro.

 

 

Previous ArticleNext Article

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Si continuas utilizando este sitio aceptas el uso de cookies. más información

Los ajustes de cookies de esta web están configurados para "permitir cookies" y así ofrecerte la mejor experiencia de navegación posible. Si sigues utilizando esta web sin cambiar tus ajustes de cookies o haces clic en "Aceptar" estarás dando tu consentimiento a esto.

Cerrar