G.

Globalización

 

Carlota iba a la boda de aquel tío de su madre pero en el camino se encontró con ese mismo tío vestido con un traje negro y el tío se dirigió a ella zarandeando una botella de vino abierta.

-Me cago literal sobrina. Eres mi sobrina, ¿verdad? Te sigo en Facebook, ¿guay en el extranjero?- bebió de un trago- ¿Y si no es la mujer de mi vida?

 

Así fue como Carlota manchó su vestido.

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La etiqueta de su vestido era indescifrable.  Lavarlo era un misterio traído de la mano de la globalización. Un misterio y un cristo. Un cristo sin boda ni ceremonia.

 

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Y.

Y la moneda gira y gira sobre sus cabezas

            Y la moneda gira y gira sobre sus cabezas. A veces sale cara. Otras cruz. Siguen caminando sin sentir que su vida está en juego. Cruzan miradas, y para evitar el reflejo de sus cuencas heridas, abren el bolso para sacar el teléfono móvil y evadirse de la realidad. Buscan imágenes de vidas idílicas proyectadas en Instagram. Y la moneda gira y gira sobre sus cabezas. A veces sale cara. Otras cruz. Piensan en sus quehaceres. Se atrincheran en sus mentes como un ferry bien sujeto al embarcadero. “¿Qué pasará mañana en el trabajo? ¿Podré pagar las cuentas?”, piensa él. “¿Por qué mi novio me ha engañado? ¿No soy suficiente para él?, piensa ella. Y la moneda gira y gira sobre sus cabezas. A veces sale cara. Otras cruz.  Se levantan para bajar en la misma parada de metro. No cruzan miradas una vez más. Siguen caminando sin sentir que su vida está en juego.

La vida.

Dos caras.

Una misma moneda.

Y gente sin vida.

Pero que existe.

A.

Abuelo y Nieto pasaban horas y horas en el puerto

Abuelo y Nieto pasaban horas y horas en el puerto. A Abuelo le gustaba matar las horas observando el vacío del profundo e inmenso mar. Y pensar que quizás algún pescado caería en el anzuelo. “Jesús non pescas para ti nin as mulleres nin os peixes, oh!”, le decía su amigo de tantos años ya. Así que decidió hacer las paces con su hija y pasar más tiempo con su nieto.

 

Abuelo y Nieto pasaban horas y horas en el puerto. A Nieto le gustaba jugar con su pelota de la Champions League. Algún día se llenaría de fama y gloria y sería el pichichi del equipo. Algún día haría virguerías con la pelota y viajaría más que mamá.

A veces intentaba acercarse a Abuelo. Parecía triste y los silencios eran cada vez más largos. Al fin y al cabo, cuantos más cortos más incómodos eran. Aquellos momentos de reflexión y los carraspeos de garganta de Abuelo eran el reflejo de que ambos eran meros desconocidos. Nieto observaba como nadaba un pequeño cangrejo en su cubo de plástico. ¿El recipiente estaba medio lleno o medio vacío? La pequeña criatura nadaba y giraba sobre sí misma medio perdida. Nieto alzó sus ojos hacia Abuelo, pero éste tenía la mirada pendida de la nada, en la distancia.

 

Entonces fue cuando ella se cruzó con su silencio. Era ella. Era la vecina inglesa que veraneaba cada año en el portal 78. Y Abuelo se percató de aquella hechicería que se propagaba por el cuerpo de su nieto. Y él, a su vez, no pudo evitar perderse entre sus largas piernas.

Y entre sus pensamientos.

Y en Abuela y sus largos veranos en la niñez.

Y en el paso del tiempo.

 

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