L.

Librería The Common Press: taller de poesía y diversidad

librería The Common Press

En octubre tuve el privilegio de participar en un taller de poesía en Londres, específicamente en la librería The Common Press. Este rincón único se autodenomina como «As London’s first consciously queer intersectional bookshop, we champion titles by authors from a wide range of marginalised backgrounds. Additionally, we have four spaces in the building, the venue is a lot bigger than you think. We host a diverse range of events every day —from dance classes, yoga sessions, book clubs, family-friendly events, book launches, workshops, parties, activation events, poetry nights, and social gatherings. There isn’t an event we haven’t hosted» (la primera librería interseccional conscientemente queer de Londres), y no puedo estar más emocionada de haber compartido mi experiencia allí.

Lalah-Simone Springe

La jornada estuvo llena de creatividad, risas y conexión con una comunidad apasionada por la literatura y la diversidad. Además, coincidí en la librería The Common Press con la autora Lalah-Simone Springe, conocida por su obra An Aviary of Common Birds.

Taller de poesía en la librería The Common Press

Taller de poesía

Durante el taller, exploramos las diversas formas de expresión poética y compartimos nuestras historias, inspiraciones y visiones sobre la inclusión y la diversidad. La recepción del público fue cálida, y la energía de The Common Press nos envolvió en un ambiente de aceptación y celebración de nuestras diferencias.

La experiencia fue más que un evento literario; fue un viaje de autodescubrimiento y conexión con mentes creativas. Si alguna vez tenéis la oportunidad de participar en un evento en la librería The Common Press, ¡no lo dudéis! La diversidad de actividades, desde clases de baile hasta lanzamientos de libros, hace de este lugar un epicentro cultural que vale la pena explorar.

Agradezco a The Common Press por brindarme esta oportunidad única, y a todos los participantes por compartir su pasión y creatividad. Fue una experiencia inolvidable.

¡Nos leemos pronto!

T.

También de este lado hay sueños

Meo a oscuras. Meo en cuclillas con el peso del cuerpo hacia delante. Como debería ser si los seres humanos todavía fuésemos prehistóricos. Escucho cada gota caer. Al fin y al cabo, parece que los pensamientos se callan y me dejan tranquila.

En la sala de inmigración en la frontera de Tijuana con San Diego observamos a una mujer tras el cristal. Es de mediana edad, pelo corto y de curvas trepidantes. Tiene dos niñas gemelas de tres años entre sus brazos. Una en cada pierna. A veces se escapan un rato de su lado para aventurarse dentro de su imaginación.

Termino de mear. Tiro del rollo de papel y este se cae al suelo.

-Señora. No puede entrar en el país-le dije el agente negro.

-Por favor, tengo dos niñas pequeñas y venimos desde Acapulco- contesta la mujer.

-Espere aquí si quiere.- le dice en un susurro y mirando a otro lado. Más frío imposible.

Tiro de la cisterna. Y el líquido dorado se va. Se va. Se va por el desagüe. Y nosotros seguiremos aquí estancados.

-Me muero del frío- dice una persona a su lado. No sabe si es hombre o mujer.

– Puede abrigarse con la chaqueta de mi niña si quiere.

-¡Muchísimas gracias!

– ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué está aquí?

-Tengo un visado pero me olvidé un permiso conforme podía abandonar el país.

-¿Y usted?

– Estoy intentando pedir asilo para salir de esta miseria.

-Espero que tenga suerte.

-Muchas gracias. Usted no tendrá problemas…

-¿Por qué lo dice?

-Es europeo y no tiene porqué…

Entonces sonríe y ve que es una mujer bajo el cálido despertar de sus mejillas. Ella le escucha toda su historia en Acapulco, lo que luchó por llegar hasta la frontera y el miedo que pasa en Tijuana por medio a ser tiroteada. El oficial se acerca, la mujer se levanta, le devuelve el pasaporte y se va. Se gira, le estrecha la mano, y le desea suerte una vez más. Su vida parece tan fácil. Tan idílica…

Me acerco a la puerta del baño, y antes de abrir resoplo para mis adentros. Mis niñas seguirán dormidas en aquella sala fría y blanca como la nieve y yo no tengo ningún futuro que ofrecerles más que abrir mis piernas a extraños para darles de comer.

¿Habrá futuro tras la frontera?, piensa. Y abre la puerta.

 

tijuana

U.

Una de Portlandia (2/2)

Entramos en aquel local de estriptis de carretera. Y no, no olía a coño y estaba muy limpio. Estaba emocionada por ver aquello, pero era de una manera muy distinta como me lo había imaginado. Era como una comunidad de amigos. Lo encontraba muy divertido, y, a mi parecer, Lindsey también. Opinaba que su vida le faltaba acción, viaje y descubrimiento sobre  sus verdaderas pasiones-apenas acababa de mudarse allí; sus raíces  no sacarían nada en limpio de sus inquietudes y problemas de ansiedad. Pero Portland parecía su vía de escape. Y oye, es un buen sitio dónde volver a nacer y descubrirse. Una estríper se acercó a ella y le dijo algo al oído. Me dijo que no podía desvelarme el secreto porque es una norma entre estríper y cliente. Un partido de la NBA jugaba de fondo pero sólo yo parecía prestarle atención. Era sumamente de agradecer que la caja tonta estuviera encendida- ayudaba a tener un margen de tiempo para poder ser natural y al mismo tiempo pipear el ambiente. Entraron otro par de mujeres. No me sentía incómoda, la verdad. Era como estar en un bar corriente pero con gente casi desnuda o bailando desnuda. Una estriper vino a hablarme. Qué tal y todo eso. Muy bien y tal y cual, aquí tomando una cerveza y relajándonos un rato. Y se fue. Muy maja, oye.

 

Lindsey, que se aprendió toda la canción de memoria,  la cantaba a la carretera. Yo observaba la lluvia caer sobre la ventana. Se respiraba tanta paz…

And I’m on my way
I don’t know where I’m going
I’m on my way I’m taking my time
But I don’t know where
Goodbye to Rosie the queen of Corona
See you, me and Julio
Down by the schoolyard
See you, me and Julio
Down by the schoolyard
See you, me and Julio
Down by the schoolyard

Y Lindsey me dio un dólar y me dijo que lo pusiera en la striper que estaba bajándose las bragas en la barra americana; me bebí la cerveza negra, me puse todas mis capas de ropa para aguantar el frío y le dejé el dólar sobre la mesa más cercana a la barra americana. Total, no era rubia. Ni atractiva. Ni mi tipo. Me hice la europea elegante y educada y pregunté a unas stripers el protocolo. También lo agradecieron, claro está. Y me parecieron un amor de personas. Me subieron el autoestima diciendo que si bailaba les quitaría todas las propinas. No tienen ni idea de lo que hablan. Con lo arrítmica que soy y poco sensual, espantaría a toda clientela.

-¡A veces no puedes tocar la estríper! –me explicó Lindsey. Sin embargo, quería preguntar. Esa vena de periodista la llevaré hasta la tumba. De todas formas, poco margen tenía de dejarle dinero entre la ropa interior, porque ya se la había sacado toda. Y demonios, no pienso acercarme a territorio prohibido. Ella sabe a lo que me refiero, y sigue cantando la canción de Paul Simons. Y me pregunto que le habrá dicho la estríper, pero se que tuvo que ver conmigo. Y la lluvia sigue golpeando contra el parabrisas del coche.

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