Meo a oscuras. Meo en cuclillas con el peso del cuerpo hacia delante. Como debería ser si los seres humanos todavía fuésemos prehistóricos. Escucho cada gota caer. Al fin y al cabo, parece que los pensamientos se callan y me dejan tranquila.

En la sala de inmigración en la frontera de Tijuana con San Diego observamos a una mujer tras el cristal. Es de mediana edad, pelo corto y de curvas trepidantes. Tiene dos niñas gemelas de tres años entre sus brazos. Una en cada pierna. A veces se escapan un rato de su lado para aventurarse dentro de su imaginación.

Termino de mear. Tiro del rollo de papel y este se cae al suelo.

-Señora. No puede entrar en el país-le dije el agente negro.

-Por favor, tengo dos niñas pequeñas y venimos desde Acapulco- contesta la mujer.

-Espere aquí si quiere.- le dice en un susurro y mirando a otro lado. Más frío imposible.

Tiro de la cisterna. Y el líquido dorado se va. Se va. Se va por el desagüe. Y nosotros seguiremos aquí estancados.

-Me muero del frío- dice una persona a su lado. No sabe si es hombre o mujer.

– Puede abrigarse con la chaqueta de mi niña si quiere.

-¡Muchísimas gracias!

– ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué está aquí?

-Tengo un visado pero me olvidé un permiso conforme podía abandonar el país.

-¿Y usted?

– Estoy intentando pedir asilo para salir de esta miseria.

-Espero que tenga suerte.

-Muchas gracias. Usted no tendrá problemas…

-¿Por qué lo dice?

-Es europeo y no tiene porqué…

Entonces sonríe y ve que es una mujer bajo el cálido despertar de sus mejillas. Ella le escucha toda su historia en Acapulco, lo que luchó por llegar hasta la frontera y el miedo que pasa en Tijuana por medio a ser tiroteada. El oficial se acerca, la mujer se levanta, le devuelve el pasaporte y se va. Se gira, le estrecha la mano, y le desea suerte una vez más. Su vida parece tan fácil. Tan idílica…

Me acerco a la puerta del baño, y antes de abrir resoplo para mis adentros. Mis niñas seguirán dormidas en aquella sala fría y blanca como la nieve y yo no tengo ningún futuro que ofrecerles más que abrir mis piernas a extraños para darles de comer.

¿Habrá futuro tras la frontera?, piensa. Y abre la puerta.

 

tijuana

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