H.

Happy Pride (1/2)

 

Aquí estoy, San Francisco Pride,  y si lanzo la vista al frente atisbo que el parade está a punto de comenzar. Motoristas, bicicletas, banderas de arco iris, empresas promocionándose, gente celebrando el amor y otra manifestando su horror por la masacre de Orlando. Se me puso la piel de gallina, sin embargo no deja de parecerme periodismo amarillo…

Caras de los difuntos. Banderas alzándose y fiesta entretanto. El día que sobrevolaba Nueva York fue cuando empezaron  a aparecer las noticias sobre la masacre en los medios de comunicación. Me pregunto hasta qué punto los familiares estarán de acuerdo con todo esto. Pero al fin y al cabo son culturas diferentes. Aquí las noticias son muy sensacionalistas. Hasta lo que he podido ver en dos semanas y tres días aquí. Vamos… Si pienso tanto me pierdo la magia del momento. Las banderas. Los besos y abrazos. Los chicos sonriendo. Las chicas con los pechos al aire pintados o bien con los pezones ocultos para reivindicar el derecho a poder a mostrarlos públicamente, la gente feliz de recibir souvenirs de la parade… ¡Tantas cosas!

-¡Quiero una bandera!

-Quizás consigamos una de regalo.

-¿Tú crees? ¡La señora que tenemos delante se lleva todos los regalos!

Conocí a María ese mismo día en el Ferry Building nada más embarcar. Contactamos por Internet. Nuestras vidas eran similares en teoría. Ambas teníamos el mismo trabajo. Ambas éramos españolas. Y a ambas nos costaba hacer amigos.

Hey!¡He conseguido crema solar! ¡Nos hará falta!

-Protección 30. Perfecto. Yo he conseguido pegatinas, publicidad innecesaria y condones si quieres.

-Pero no banderas.

-Pues no. Banderas no.

Una madre desfila por la parade con un letrero que dice “Mi hijo es transexual y me siento orgullosa”. Está llorando de la emoción. Se me ponen los pelos como escarpias otra vez. El calor empieza a azotar sobre nuestras cabezas. Tengo una chaqueta en la mochila. “En San Francisco hace viento y niebla. Debes llevar siempre contigo una chaqueta”, me dijo mi jefa. Pues menos mal. Los hombros de María se empezaban a tostar como el clásico beicon de un brunch de domingo.

-¡Qué hambre!

-¡Yo con este calor sólo quiero beber!

-¡Ya te digo! ¡Cuándo acabe la parade comemos y vamos al recinto en civic center con los puestos y conciertos!

Sure!

Más letreros sobre Orlando. La sociedad humana es un disparate. Mi cuero cabelludo empieza a engendrar calor, y la piel de la raya del cabello comienza a enrojecerse. Además es mediodía; la necesidad de ir a la sombra es intensa. Sin embargo, no quiero perderme el desfile ni por un segundo. Los deseos podían esperar. Drag queens desfilando. Los trenes eléctricos con banderas. Apple, Facebook y sus respectivos trabajadores y amigos se pasean con orgullo ante la excitación del público. Era como oler el éxito y no poder tocarlo.

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P.

Perro de caza

Cogió la silla y la lanzó directo al estómago. Agarró a Alba caída ya en el suelo por el cabello.

-Espera un momento.

Se desabrochó el cinturón.

-Vamos nena-dijo el chico jodiéndola.

 

Cuando él se corrió se quedaron allí quietos, sobre el suelo, esperando que llegase la calma anhelada. El chico que forzó y pegó a Alba con la silla es su novio y se llama Raúl. Este se fue a comer doritos al sofá. Alba lo escuchaba reírse a lo lejos, hipnotizado por la caja tonta.

 

Se incorporó del suelo y caminó hacia la cocina por inercia.

-Nena, ¿qué cenamos hoy? -berreó aquel perro miserable.

-Lo que quieras, cielo -respondió sumisa, cual perro de caza.

 

Alba jamás había pronunciado la palabra “no” en los dos años de relación con él. Apoyó todo su voluptuoso cuerpo sobre la barra americana y observó su móvil sobre el suelo con la pantalla desbloqueada y rota.

 

23:39 Fernando

Hola, qué tal? Podemos hablar?

00:27

Sólo quería una opinión. Cuándo una relación empieza por perder la magia… Cómo se puede recuperar? Qué se hace cuando la mente se inunda de incertidumbre?

00:30

Lo siento si fui inoportuno. Veo que me lees y no me contestas. Gracias, un saludo.

 

Había borrado el Whatsapp seis meses atrás por “la salud de la pareja”. La paz había cesado al desobedecer al bellaco.

-Nena, ¿qué coño te pasa que no te siento cocinar?- gritó su dueño.

Abrió la nevera. Estaba vacía.

Y la cacería continuaría.

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A.

Algún día volveré

Por fin mi dueño podía hacer inventario. Los clientes se habían ido. La desconocida, entre tanto, cruzó el umbral. Subía las escaleras con decisión atraída por el enorme cartel en blanco y negro que indicaba lo siguiente: “Exposición de António Pessoa en la segunda planta”.Al bajar las escaleras saludó a mi dueño; este paró de hacer inventario. “Si me hubiera percatado de tu presencia te hubiera encendido las luces de las escaleras”, le dijo. Ella respondió y retomó su camino por dónde había venido. Cruzó el umbral. “Algún día volveré”, susurró.

Él se detuvo por un instante de su labor: era muy agotador seguir allí escondido entre cuatro paredes. Yo ganaba valor con el paso del tiempo… Pero él… Él no. ¿Su existencia se limitaba a ser mi sirviente y amo a la vez? «¿Cuando volverá? ¿Cuando tenga dinero, quizás? Quizás para aquel entonces yo ya estaré en la tumba”, susurró mi amo cabizbajo.

Dudó por un instante. Continúo trabajando.

Parecía que la soledad lo angustiaba: «¿Hijo mío, qué piensas?», se dirigió a mí. Reflexionó ante su sombría existencia segundos antes de echar el cerrojo a la tienda.

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